Desde muy joven Rosemberg Franco Barrera admiraba a ese “superhéroe con capa” que veía en el altar durante la santa misa. Años después supo que no era una capa, sino una casulla. De niño también jugaba a representar la Pasión de Cristo: si Jesús caía, él también. Esto y la piedad familiar que vivía, fueron esas semillas que luego germinaron y le llenaron de inquietudes espirituales.
Así fue como decidió iniciar su formación y entrar en el seminario. Recuerda que cuando se lo dijo a su papá, él sin dudarlo le dijo: “¿a dónde debo llevarte?” Su generosidad lo dejó muy agradecido, pues era evangélico. Al contarle a su mamá, lloró mucho por la emoción. Aunque ella rezaba por las vocaciones, la idea que era el hijo que la acompañaba a la iglesia y a las procesiones, la impactó. Durante su camino del seminario hubo algunos baches. Giros inesperados, dicen los cineastas. En su tercer año Rosemberg sufrió una parálisis facial que impactó en todos los aspectos de su vida. Su permanencia en el seminario era incierta. Pero él acudió con confianza a la Virgen de Lourdes con la promesa de ir a verla y Ella lo escuchó: de un día para otro, su rostro recuperó la movilidad y sensibilidad. Gracias a esto Dios volvió a sembrar una semilla que luego sería una iniciativa apostólica de alcance mundial. De Guatemala a España Rosemberg recibió de su obispo la invitación a continuar sus estudios como seminarista en la Universidad de Navarra en España. Esto fue posible gracias a los benefactores de la Asociación para los Estudios Humanísticos (AEH) que con generosidad apoyan las becas sacerdotales. Durante los cuatro años que estuvo en España, vivió en el Seminario Internacional Bidasoa. “Estudiar en Bidasoa fue estar en mi casa, saber que había muchos sosteniéndome espiritual, humana y económicamente. Primero espiritual, porque muchos estaban orando por mí. Todas esas virtudes y gracias que aprendí en Bidasoa para mí han sido un regalo de Dios. Agradezco mucho a los benefactores”. De acuerdo con Rosemberg, la Universidad de Navarra marcó mucho su vida. Le enseñó a organizarse, a formarse, a plantear sus dudas a los profesores, a ir a la biblioteca, entre otras. Todo esto fortaleció su fe y su capacidad de servir. Lo preparó para trabajar en la parroquia a la que lo enviaría su obispo cuando volviera a Guatemala, porque "donde se forma un buen sacerdote, se forma toda una comunidad". Actualmente está en la parroquia Sagrada Familia en el municipio de Oratorio, Santa Rosa. “A mí me apasiona formarme para formar a los demás. Así con ese amor con el que me enseñaron en la universidad, lo mismo haré en la parroquia”. Jóvenes santos Su curación de la parálisis facial dejó a Rosemberg un enorme agradecimiento, pero también una inquietud: qué jóvenes santos hay en la iglesia. Y esto se convirtió en una cruzada en las redes sociales.
Un regalo para toda la comunidad La vocación sacerdotal es un recordatorio de que todos estamos llamados a algo más grande que nosotros mismos. Ya sea a través de la oración, el apoyo económico o el acompañamiento, podemos ser parte de esta gran labor de formar a quienes dedican su vida a servir a Dios y a su iglesia.
Rosemberg agradece a los benefactores con estas palabras “que el Señor los bendiga. No se imaginan la gran labor que están haciendo. Detrás de cada sacerdote que se ha formado, está el corazón, la voluntad, el apoyo espiritual, económico de cada uno de ustedes. No dan lo que les sobra, sino que se quitan algo de ellos para dárnoslo a nosotros, para que nos formemos y para que luego podamos servir a la iglesia en nuestro país, en nuestras diócesis, con amor y dedicación”. Los comentarios están cerrados.
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