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Homilía de la misa de agradecimiento AEH

10/12/2022

 
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El Evangelio que acabamos de escuchar, nos presenta ese himno de alabanza y gratitud a Dios de parte de la Santísima Virgen. Nos decía el Papa Francisco que María nos muestra que “Dios, a través de Ella, ha inaugurado un punto de inflexión en la historia” [1]. Y esto es lo que hace la Virgen cuando nos presenta o cuando entona este himno de esperanza, el Magníficat: nos propone un cambio radical, una nueva perspectiva en nuestra vida como cristianos. Pero lo propone no por ser Ella, sino porque es portadora de Cristo.
Versículos previos a esta visita de la Virgen a su prima Isabel y la proclamación de este himno, la Virgen recibe ese anuncio del ángel Gabriel, que la llama a ser Madre de Dios. Por ser Ella, por ser la portadora de Cristo, Ella nos dice que el servicio, la humildad, la alegría y el amor, son las nuevas coordenadas para el cristiano. Pienso que nosotros, en esta Misa de acción de gracias, son como cuatro coordenadas, cuatro puntos que no podemos perder de vista en el radar de nuestra vida aquí en la tierra: el servicio, la humildad, la alegría y el amor.
 
Pero para llegar a proclamar este himno, nuestra Madre primero tuvo ese encuentro con Cristo a través del ángel Gabriel; ese sí, esa respuesta que le llevó a actuar con prontitud. Se convierte entonces, por esa prontitud, por esa respuesta, por esa generosidad, en portadora de Jesús. Conversa con el ángel, responde al proyecto divino y lleva consigo al origen del amor y motivo de la verdadera alegría. 
 
Este es el mismo misterio que nosotros hemos desarrollado desde que Dios nos ha llamado a ser hijos suyos por medio del bautismo, por esa vocación; y también, de una manera, ese mismo misterio es el que se desarrolla en la vida de un sacerdote.
 
Mis hermanos sacerdotes presentes y muchos otros que por tareas pastorales no han podido estar, han desarrollado ese mismo proceso: luego de hablar con Dios sobre su vida, sobre qué quiere de uno, sobre ese plan de Dios, han dicho “¡Sí!” como la Santísima Virgen. Una palabra breve, sencilla y, a la vez, profunda y llena de contenido y llena de manifestaciones. Un sí con una afirmación gozosa que no escatima ni se detiene sobre las renuncias que Dios va pidiendo, sino que le mueve a la generosidad que va más allá, porque lo hace todo, se gasta todo para corresponder al don divino.
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Nos dice el Evangelio: “Ante el saludo de María, el niño que está dentro de Isabel -san Juan Bautista- salta en su seno” [2]. La alegría de Juan, la alegría de Isabel -insisto- no es por María, sino por quien lleva la Santísima Virgen en su seno: ¡por Cristo!
 
María, entonces, es un instrumento. Y tanto mis hermanos sacerdotes, como todos los fieles de la Iglesia, no podemos perder de vista esta perspectiva: que somos instrumentos de Dios y estamos llamados a esto: a servir con prontitud, a vivir la humildad, a manifestar y dar esa alegría y ese amor que es manifestar y dar a Cristo.  De esa cuenta, porque la Virgen se siente -y lo es- un instrumento de Dios, puede exclamar esta expresión: “Ha puesto los ojos en la humildad de su esclava” [3].
 
Hoy, en esta misa de acción de gracias, además de decirle a Dios: “gracias por todo”, también le decimos a ustedes: gracias por su apoyo; por ese apoyo, por esas actitudes de servicio, de humildad, por esa alegría que muchas veces, sin conocernos, más que solo por el arduo y efectivo trabajo de Jacoba que nos va recordando en las redes sociales “hoy es el cumpleaños de tal sacerdote”, nos van poniendo cara. Gracias por ese apoyo.
 
Y también gracias a mis hermanos sacerdotes por responder con generosidad no solo a esa llamada, sino por todas esas consecuencias para hacernos presentes, para que hagamos presente a Cristo, ahí donde nos ha puesto.
 
Gracias porque han dejado su parroquia, por unos años, poniendo en práctica esa obediencia que en la ordenación prometemos al Obispo. Han dejado su parroquia un par de años para profundizar en la ciencia de Dios con ese afán de servicio. 
 
Gracias porque han puesto ese empeño por aprender otro idioma.  Los que hemos estado en Italia, nos hemos enfrentado a exámenes, a trabajos académicos de altura, a desvelos, a pedir ayuda al no entender a tal profesor y preguntar: “¿quién tendrá un resumen de esta clase para comprender más?”, hasta: “vamos por un café” para despertarnos a media mañana, a la máquina de café en la universidad con los cincuenta céntimos que valía ese café que valían oro.

Gracias también porque han regresado a contribuir en la misión que su Obispo les encarga. Esa misión llena de humildad para acercar a Cristo, para transmitir a Cristo de diversas maneras: contribuyendo en la formación de los seminaristas en el Seminario Mayor, en el Seminario Menor; contribuyendo a la formación de los hermanos sacerdotes, muchas veces, simplemente con el ejemplo, con ser el último, el primero en servir, pero el último en todo.
 
Han servido en esa misión montando, probablemente, cursos de actualización teológica, en esa formación permanente de la vida sacerdotal o han estado modernizando o dando ideas para la comunicación eclesial.
 
Han estado formando a los feligreses con esos conocimientos adquiridos. Pero más que elevarlos o animarlos a que escriban una Suma Teológica, los orientan a que vivan una piedad intensa para que puedan conocer y enamorarse del Señor y, de esa manera, alcanzar el Cielo.
 
Han regresado a contribuir y fortalecer esa fraternidad sacerdotal que nos hace muy fuertes.  Fraternidad sacerdotal que nos empuja a vivir esa comunión con todos los fieles y a vivir como lo que somos: hijos de Dios, una familia de Dios.
 
Gracias porque han tenido esa prontitud por llevar la alegría de Cristo a las almas, ahí donde los han puesto, generosamente anteponiendo los proyectos de Dios a los proyectos personales. 
Decía el Papa Francisco que “un sacerdote es, ante todo, un hombre con su propia humanidad” [4]. Y explicaba más cosas: un hombre sereno, alegre, etc. Pero cuando no perdemos de vista que somos seres humanos y que las almas también esperan eso de nosotros, eso nos lleva a estar más unidos al Señor, porque nosotros sacerdotes, somos apóstoles de la alegría y custodiamos un tesoro, el tesoro de Dios en estas vasijas de barro [5].
 
San Josemaría, en Camino escribe unas palabras dirigidas a la Virgen.  Nos invita a los cristianos a acudir a Ella: “Antes, solo, no podías...  -Ahora, has acudido a la Señora y, con Ella, ¡qué fácil!” [6]. No solo para mis hermanos sacerdotes, sino para todos los presentes: ante muchas situaciones de nuestra vida, no olvidemos que con Ella ¡qué fácil es!
 
Y es lo que se maravilla Isabel cuando recibe la visita de María y de Jesús en su casa: se alegra. Había dificultades… sí: la edad de Isabel, los quehaceres de la casa, la atención de su esposo… pero ha llegado la Virgen y qué fácil. ¿Por qué? Porque nos presenta a su Hijo. Y así nosotros, con Ella, qué fácil será seguir configurándonos con su Hijo, para tener todos un corazón a la medida del Suyo, y no ser simples funcionarios eclesiásticos, simplemente unos cristianos de misa de domingo y nada más.
 
Termino recordando que “sin vida interior, sin formación, no hay verdadero apostolado ni obras…” [7]. Y para esa labor, la labor que ustedes como miembros y benefactores de esta Asociación, y también nosotros como receptores y luego transmisores del mensaje de Cristo a todas las almas, estamos llamados a tener vida interior. Tomémonos de la mano de la Virgen Santísima, porque con Ella será todo más fácil.
Escucha la homilía ⤵️
[1] Papa Francisco, Ángelus, 15 de agosto de 2022.
[2] Lc. 1, 41
[3] Lc. 1, 48.
[4] Papa Francisco, “Discurso a los participantes de un congreso organizado por la Congregación para el Clero, con ocasión del 50 aniversario de los decretos conciliares “Optatam Totius” y “Presbyterorum Ordinis”, 20 de noviembre de 2015”.
[5] Ibidem.
[6] San Josemaría, Camino, n. 513.
[7] San Josemaría, Forja, n. 892.

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